En Lengua Española: clásicos y contemporáneos de las ciencias y las letras


La colaboración entre el Centro Riojano de Madrid y Nódulo Materialista comenzó en el año 2004. Posteriormente, en junio de 2008, ambas instituciones, firmaron un Convenio que contempla la organización continuada de actividades en el Centro Riojano.

Llegados a septiembre de 2011, y dada la voluntad de ambas instituciones de mantener esta actividad, iniciamos un nuevo ciclo: En Lengua Española: clásicos y contemporáneos de las ciencias y las letras. Tanto el Centro Riojano de Madrid como Nódulo Materialista desean que este proyecto permanezca en el tiempo, logrando el éxito que hasta ahora ha obtenido.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Artículo de Héctor Ortega Sánchez

Guerra, independencia e historia


Creo que si Cataluña ha adquirido importancia en la historia universal ha sido a través de la Historia de España. Aunque tenga sustancialidad propia, la historia de Cataluña no puede desconectarse de otras instancias que explican y dan sentido envolvente a esa historia particular. Pues la historia universal es aquella que generan las entidades políticas que pueden llevarla a cabo frente a terceros, pues toda historia nacional lo es por su codeterminación polémica con otras potencias, que tratan de influir sin ser influidas, o de aquellas que pueden resistir estos asaltos. En este caso, Cataluña ha de quedar envuelta, obligatoriamente, por lo que ha significado la constitución de España como Imperio, y la de Francia como Estado. Puede decirse, en líneas generales, que Francia ha construido un Estado-nación mucho más sólido que el español pero que ha fracasado en su intento de construir un Imperio que haya permanecido en el tiempo. Sin embrago, España ha encontrado muchas más dificultades para mantenerse como Estado nación, pero, por el contrario, ha creado unos de los Imperios más influyentes de los que en la historia han sido, el de la Monarquía Católica.

Y por esto muchos de los hechos y relatos históricos sucedidos en Cataluña, se insertarán sobre la confluencia de las rivalidades entre estas potencias. No niego el componente orientador que pueda tener en esta rivalidad los propios criterios en el ámbito catalán, pero por mucho que puedan influir a que la balanza se incline hacia un lado o hacia el otro, lo evidente es que solo será a través de esta confluencia como se explica gran parte de su historia, pues no se da el caso en que sea Cataluña la que pueda incluir a Francia o a España como parte de su territorio político, en tal caso podrá ejercer una influencia indirecta (como el PSC, CIU o ERC ejercen en la España de la monarquía parlamentaria) o a través de sus embajadas en París, o desde su asiento como miembro de la francofonía, o lo que sería con un asiento en la ONU .


Diríamos que a lo largo de la historia Francia y España han venido manteniendo la misma opinión sobre Cataluña. Similar a la que decía mantener Carlos I con Francisco I sobre el Milanesado: “Mi primo Francisco y yo estamos completamente de acuerdo, ambos queremos Milán”.

Se ha remarcado mucho la constitución de España frente al Islam, mediante la Reconquista. Esta “alianza” sobre la existencia de España frente al Califato, he leído hace poco*, que un historiador alemán la cifró “negociada” a través 3.700 batallas, hasta la expulsión de 1492. Pero, por contra, creemos que no se ha hecho tanto hincapié en su constitución frente a los países europeos del norte, o se ha diluido por razones políticas en el presente. No obstante, voy a recordar algunas de los conflictos históricos con Francia, que todos conocemos, y ver su importancia sobre España, y viceversa:


  • Alfonso II frente a Carlomagno, 778- “batalla de Roncesvalles”, Bernardo del Carpio.  La Marca hispánica.
  • Alfonso X, el “fecho del Imperio” en 1.257.
  • Fernando el Católico, tensiones por su expansión Mediterránea, S.XV. El Papa Luna. Los Borgias.
  • Milán: Carlos I contra Francisco I. Dominio del Sacro Imperio Romano-Germánico (1520-58).
  • Pavía, 1.521, Captura de Francisco I.Saco de Roma”.
  • Lepanto, 1.571,  pacto de Francia con el Imperio Otomano.
  • San Quintín, 1.557, construcción del Monasterio del Escorial.
  • Guerra de los Treinta Años, 1.618-1.648. Guerra franco-española 1.635-1659. Paz de los Pirineos. Guerra de “Els Segadors” 1.640-52. Cataluña pasa a ser dominada por Francia, Luis XIII nombrado Conde Barcelona. Pérdidas del Rosellón y Cerdeña.
  • Guerra de Sucesión 1700: La nobleza catalana apoya en su mayoría la causa austracista. Dinastía de los borbones. Decretos de Nueva Planta, Luis XIV pide a su nieto Felipe V que respete los fueros catalanes. Pactos de familia.
  • La invasión napoleónica de España 1802. Bailén. Cádiz. Independencias americanas. La Española (Rep. Dominicana/ Haiti- Luisiana-).
  • Los Cien Mil Hijos de San Luis, 1.823.
  • Proclamación de Maximiliano I, tras la intervención  1862 de Napoleón III,  de emperador de México 1863.
  • Primera mitad del s. XX: 1936 apoyo al gobierno republicano. Campos de refugiados. Francia de Vichy.
  • Segunda mitad s.XX: Construcción de la UE – Denegación de ayuda frente al terrorismo de ETA hasta 2001. Denegación a la realización de las obras de AVE y túneles en los Pirineos. Guerra Irak  (Zapatero candidato al PSOE gracias al apoyo decisivo del PSC: “Volver al corazón de Europa”). Construcción del eje París-Barcelona, para consolidar el dominio francés en el espacio euromediterráneo (“Alianza de Civilizaciones”; primaveras árabes. Guerra de Libia impulsada por la Ministra de Defensa: Carmen Chacón, y apoyada por los grupos políticos catalanes y el PP).
Este mes ha aparecido publicado en la revista digital El Catoblepas el prólogo que ha realizado Gustavo Bueno al 5º volumen: Edad Moderna y Contemporánea”, de las Obras Completas del historiador Juan Uría Ríu, en el se cuenta la siguiente anécdota:

“En la Relación de Laurent Vital sobre el viaje de Carlos I, desde que desembarcó en Villaviciosa en septiembre de 1517; le llamó mucho la atención las expresiones de lealtad y reverencia que los vecinos de las aldeas o de las villas, sin perjuicio de ir bien armados, hacían al paso de Carlos I; y corrobora la observación citando un pasaje de Pedro Mártir de Anglería, comenta:

«Pedro Mártir de Anglería escribe, unos cuantos días después del desembarco, que las gentes de aquellas costas creyeron que la escuadra que se les aproximaba era la francesa enemiga, tomaron rápidamente las armas, enviando apresuradamente a los montes a las mujeres, los niños y los ancianos y todos los que no eran aptos para tomar las armas y arrebatados por el amor patrio reunieron toda clase de lanzas, grandes escudos y agudos yelmos, ocupando las colinas inmediatas al mar, preparados para la resistencia. Desde la nave real exclamaron: « ¡España, España! ¡Nuestro rey católico, nuestro rey!». Al oír estas exclamaciones, dejaron escudos, lanzas, picas, espadas, yelmos y cuantas armas habían reunido, las tiraron al suelo y se pusieron de rodillas elevando sus voces al cielo en señal de alegría.» (pág. 61-62.)”.

Y en estas andamos, aunque ahora no estemos tan prestos al combate como antaño nuestros compatriotas lo estaban.  Parece que la polémica histórica con nuestros vecinos no se ha terminado pese a la sublime Europa, como está siendo evidente en esta crisis, las hostilidades no han finalizado, se ha evolucionado hacia un control y una lucha en el campo económico (deuda soberana; control sobre el BCE y, por tanto, de la emisión y destino de los euros) pero que no obvia lo militar o lo estratégico (guerra de Yugoslavia, Irak, OTAN; “primaveras árabes”, energía nuclear, acceso al gas y al petróleo, caladeros de pesca, acuerdos con Marruecos).

Para concluir, decir que las guerras, las hostilidades forman parte sustancial en la construcción histórica de las naciones. La independencia política solo ha de ser respecto a terceras potencias, como lo fue la capacidad de los españoles de expulsar a los franceses en la guerra que va de 1.808 a 1.814. Cataluña  cómo el Rosellón, como Burgos, como Borgoña o el Milanesado ha quedo inserta en estos cruces; y su importancia en la historia, ha quedado subordinada, como las demás partes, a los choques, alianzas y resistencias que la Monarquía hispánica se fue encontrando en su desarrollo, hasta la creación de la Nación-política que ha quedado tras su fraccionamiento: esto es, la España, de la que forma parte.
* citado por W. Sombart en “el Burgués”, Alianza Editorial, 1972.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Conferencia "La Guerra de la Independencia. Cataluña y los planes de Napoleón"

Pedro Antonio Heras Caballero
Doctor en Historía Contemporánea y Profesor Titular en La Universidad de Tarragona

14 de diciembre a las 19:00 horas en el Centro Riojano de Madrid, calle Serrano, nº 25.

Presentado por
Hector Ortega Sánchez - Vocal de Nódulo Materialista
Teresa Chinchetru del Río - Miembro de la Junta Directiva del Centro Riojano de Madrid

viernes, 9 de diciembre de 2011

Artículo de José Manuel Rodríguez Pardo

La filosofía crítica del Padre Feijoo

El benedictino Fray Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764) autor del Teatro Crítico Universal (8 tomos, 1726-1739) y de las Cartas Eruditas y Curiosas (5 tomos, 1742-1760), fue sin duda el filósofo más destacado de la España del siglo XVIII. Sin embargo, es habitual escuchar que el Padre Feijoo vivió en una España en la que ni había Ilustración ni pensamiento racionalista, como señalan Miguel Artola o Paul Hazard. También para el uruguayo Arturo Ardao, que ha estudiado la obra del Padre Feijoo, el benedictino no llegó a conocer la Ilustración de modo directo.

Sin embargo, y sin olvidar que la teoría de la Ilustración es en el fondo un mito, pues las «Luces de la Razón» se refieren en realidad a la iluminación divina («La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo», dice el Evangelio de San Juan), estas afirmaciones chocan con la referencia que el benedictino realiza al considerado principal agitador del movimiento ilustrado, Voltaire, a quien incluso llega a considerar «escritor delicado» [Benito Jerónimo Feijoo, «Paralelo de Carlos XII, Rey de Suecia, con Alejandro Magno», Cartas Eruditas y Curiosas, Tomo I (1742), Carta 29ª], o  la crítica que Feijoo realiza al famoso discurso de Rousseau sobre las ciencias y las artes de 1751 [Benito Jerónimo Feijoo, «Impúgnase un temerario, que a la cuestión propuesta por la Academia de Dijón, con premio al que la resolviese con más acierto, si la ciencia conduce, o se opone a la práctica de la virtud; en una Disertación pretendió probar ser más favorable a la virtud la ignorancia que la ciencia», CEC, IV, 18ª]. Marcelino Menéndez Pelayo, en su Historia de los heterodoxos españoles, demuestra que las ideas de Feijoo ya estaban implantadas en España a raíz de los famosos novatores de finales del siglo XVII, y que el propio benedictino era defensor de ideas supuestamente «atrasadas», como la teoría escolástica sobre el alma de los animales, frente a los cartesianos o atomistas: Feijoo señaló que «los más de los hombres miran la constitución maquinal de los brutos como delirio» [B. J. Feijoo, «Guerras Filosóficas», Teatro Crítico Universal, Tomo II (1728), Discurso 1º, §. IX, 45.]

Así, Menéndez Pelayo señala al importante matemático Hugo de Omerique, quien publica en Cádiz en 1698 una obra sobre cálculo geométrico y aritmético, cuando la geometría analítica estaba en pañales, y que fue alabada ni más ni menos que por Newton. Asimismo, la Sociedad Regia de Medicina y demás ciencias fue fundada en 1697 para combatir el galenismo y propagar el método de observación [Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, Tomo V, Libro VI, Capítulo I, en Edición nacional de las Obras de Menéndez Pelayo. CSIC, Madrid 1940-74, Tomo V, Libro VI, Capítulo I, pág. 82.]. 

No hay que olvidar que es a partir de 1687 —año de publicación de los Principia Mathematica de Isaac Newton— cuando los novatores Francisco Palanco, Juan de Nájera, el Padre Tosca, Diego Mateo Zapata, y precedentes suyos como el citado Isaac Cardoso o Juan Caramuel, el Leibniz español, desarrollan una completa labor de introducción de novedades, en una época en la que España conoce una recuperación en todos los aspectos que será aprovechada posteriormente, durante la época de los Borbones.

Cuando se aborda la lectura de las obras de Feijoo, la primera característica de éstas, al menos en los ocho volúmenes de su Teatro Crítico Universal, es la de ser presentadas en forma de ensayos que tratan «de todo género de materias, para desengaño de errores comunes». De hecho, es un lugar común considerar a Feijoo como el fundador del ensayo filosófico en lengua española, o incluso el fundador de la filosofía en lengua española: «el benedictino gallego Benito Jerónimo Feijoo resulta ser, en el XVIII el fundador de la filosofía de lengua española, comprensiva de entonces en adelante, tanto de la filosofía española como de la filosofía hispanoamericana» [Arturo Ardao, Filosofía de lengua española. Alfa, Montevideo 1963, pág. 41].

Sin embargo, también es habitual afirmar que la Ilustración, y en consecuencia Feijoo, en contraposición a la filosofía escolar de otras épocas, es una suerte de eclecticismo o mezcla de empirismo y criticismo, algo que resulta contradictorio con la propiedad de fundador de la filosofía en nuestra lengua atribuida al benedictino. «Son los filósofos mismos los que se han jactado de ser eclécticos» [Paul Hazard, El pensamiento europeo en el siglo XVIII. Alianza, Madrid 1998, pág. 271].

Estos caracteres atribuidos al siglo XVIII en general y a Feijoo en particular resultan oscuros y confusos, alejados de la Filosofía y de su forma genuina, que no puede ser sino la sistemática. Podemos hablar del criticismo, sí, ¿pero cuáles son los parámetros de la crítica? Parecen ser los errores comunes, pero éstos ya eran criticados por la filosofía escolástica. La crítica feijoniana, por contra, tiene un sentido preciso: la criba, la clasificación de determinadas posturas enfrentadas entre sí. Por algo Gustavo Bueno ha señalado que Feijoo y su Teatro Crítico Universal se sitúa en la misma línea histórica que El Criticón de Baltasar Gracián y El Criterio  de Jaime Balmes [Ver Gustavo Bueno, «La filosofía crítica de Gracián», en Baltasar Gracián: ética, política y filosofía. Pentalfa, Oviedo 2002; págs. 137-168.]. El presunto eclecticismo de Feijoo se supone opuesto al sistematismo de la filosofía escolástica tradicional (Feijoo no sería siquiera un filósofo sensu stricto). Pero ecléctico es propiamente aquel que hace suyas diversas doctrinas, asimilando de ellas lo que le parece más importante, sin poseer una teoría propia. Y la tesis que vamos a defender aquí, frente a la del eclecticismo feijoniano y otras, es que Feijoo sí tenía doctrina.

Muchos de quienes han juzgado al benedictino y su obra, y que han avivado la tesis sobre esa característica ecléctica de los escritos feijonianos, lo hacían con la convicción, más o menos firme, de que no era propiamente un filósofo, sino un divulgador de doctrinas extranjeras en España, un polígrafo. Sin embargo, el ejercicio de Feijoo, alejado de estas disquisiciones gremiales, es el de la Filosofía Académica en lengua española, en el sentido que la entiende Gustavo Bueno, un auténtico hito que no puede pasar desapercibido. El propio Feijoo afirmaba disponer de sistema filosófico, inspirado en el escolástico:

«Yo estoy pronto a seguir cualquier nuevo sistema, como le halle establecido sobre buenos fundamentos, y desembarazado de graves dificultades. Pero en todos los que hasta ahora se han propuesto encuentro tales tropiezos, que tengo por mucho mejor prescindir de todo sistema Físico, creer a Aristóteles lo que funda bien, sea Física, o Metafísica, y abandonarle siempre que me lo persuadan la razón o la experiencia». [«Mérito, y fortuna de Aristóteles y de sus Escritos», TCU, IV, 7º, §. XIX, 71.]

Este fragmento señala la voluntad de sistema, aunque no sea simplemente la escolástica, del  Padre Feijoo. Hemos de explicar en consecuencia dónde reside ese sistematismo que convierte al  Padre Feijoo en el principal filósofo español del siglo XVIII, fundador del ensayo filosófico en lengua española y poseedor de una verdadera filosofía crítica, anterior a la filosofía crítica alemana de los siglos XVIII y XIX, y cuyas bases se encuentran en la criba, la clasificación de determinadas posturas enfrentadas entre sí.

Ese sistema reside en la forma de presentarse su obra, en los ensayos «en todo género de materias, para desengaño de errores comunes». Ahora bien, ¿qué es un ensayo? Para Gustavo Bueno, el ensayo es el producto lógico de dos clases relativamente independientes: la de los escritos en que se expone de forma discursiva una teoría, y la de los escritos redactados en el idioma nacional. Esto implica dos cuestiones fundamentales: la primera, la necesidad de una serie de nexos de semejanza y causalidad en los que introducir los fenómenos estudiados, es decir, la teoría desde la que se analizan los hechos; la segunda, el utilizar un lenguaje nacional, en este caso el español. Y es que

«En la forma, pues, que está hoy nuestra lengua, puede pasar sin los socorros de otra alguna. Y uno de los motivos que he tenido para escribir en Castellano esta Obra, en cuya prosecución apenas habrá género de literatura, o erudición que no se toque, fue mostrar, que para escribir en todas materias, basta por sí solo nuestro idioma sin los subsidios del ajeno; exceptuando empero algunas voces facultativas, cuyo empréstito es indispensable de unas Naciones a otras» (Benito Jerónimo Feijoo, «Paralelo de las Lenguas Castellana, y Francesa», TCU, I, 15º, §. V, 25.)

Y precisamente el español, un idioma que, ligado al desarrollo de un imperio, era suficientemente potente en el siglo XVIII para que Feijoo fuera un autor de éxito en España y América, sin contar las traducciones al francés, italiano y otras lenguas europeas. No conviene olvidar que Feijoo fue muy influyente en la independencia hispanoamericana al valorar en nivel de igualdad a los criollos, los «españoles americanos», con los «españoles europeos», en su famoso discurso homónimo, «Españoles Americanos» [Teatro Crítico Universal, Tomo IV (1730), Discurso 6º]. Se cifran en 420.000 los volúmenes de sus obras impresas y en circulación durante su vida. De hecho, en el siglo XVIII, al igual que sucede en lo que después será Alemania con Cristian Wolff y en otros lugares de Europa, la filosofía se expresa ya no en el latín escolástico, lengua de una clase culta alejada de las clases populares, sino en la lengua nacional. En los ensayos filosóficos en lengua española del Padre Feijoo, en el caso de España.

El ensayo filosófico, al estar redactado en un idioma nacional usa la semántica y la sintaxis de este idioma en la época determinada de su desarrollo histórico. De este modo, al usar la lengua común, Feijoo se dirige al vulgo, entendido como categoría de la ontología humana: «El vulgo es el pueblo, ese pueblo a quien Feijoo dedica su primer Discurso, no el pueblo infalible de los románticos, ni menos el “pueblo necio” a quien hay que halagar; sino más bien el hombre en tanto que necesita opinar sobre cuestiones comunes que, al propio tiempo, nos son más o menos ajenas: el hombre enajenado, por respecto a asuntos que, no obstante, tiene que conocer» [Gustavo Bueno, «Sobre el concepto de “ensayo”», en «Simposio sobre el Padre Feijoo y su siglo celebrado en la Universidad de Oviedo del 28 de septiembre al 5 de octubre de 1964». Cuadernos de la Cátedra Feijoo, 18 (I) (1966), pág. 102].

Estas temáticas, que aparecen bajo el rótulo de «discursos varios en todo género de materias, para desengaño de errores comunes», tal y como se muestra en el título del Teatro Crítico Universal, señalan su característica filosófica, es decir, ligada a la tradición de la filosofía académica, y que no pueden ser contenidas en ninguna categoría concreta, sino resueltas analizando las Ideas filosóficas que implican. De este modo, es normal que el propio Feijoo afirme que «No niego que hay verdades que deben ocultarse al vulgo, cuya flaqueza más peligra tal vez en la noticia que en la ignorancia; pero ésas ni en latín deben salir al público, pues harto vulgo hay entre los que entienden este idioma; fácilmente pasan de éstos a los que no saben más que el castellano» [B. J. Feijoo «Prólogo al lector», TCU, Tomo I (1726), pág. LXXX]. Vulgo será todo aquel que no pertenezca al ámbito de la filosofía académica.

Y son estas cuestiones, en las que nadie puede reclamar la autoridad de experto, pues todos son, de una forma u otra, vulgo, aquellas que forman la base y el material a tratar en el ensayo filosófico: «Precisamente el ensayo constituye uno de los lugares óptimos en los que tiene lugar la ósmosis entre el lenguaje nacional y el lenguaje científico, o técnico. El ensayo puede intentar el uso de tecnicismos, a condición de incorporarlos al lenguaje cotidiano» [Gustavo Bueno, op. cit., pág. 103.]. Para decirlo más claramente: es en el ensayo donde se produce no sólo la incorporación del vocabulario académico al lenguaje común, sino donde las diferentes teorías (sociológicas, científicas, míticas, &c.), encuentran una intersección.

Es decir, la lengua nacional será desde entonces el vehículo de expresión de la Filosofía y el análisis de esas Ideas filosóficas que están intersecadas en los distintos campos categoriales, y que por no ser materia de ningún especialista, nadie puede reclamarlas para uso exclusivo suyo. El ensayo filosófico no admitirá demostración (convictio), aunque ello no implica que no pueda ser una forma de conocimiento (cognitio):

«El ensayo, en tanto que es interferencia de diversas categorías teoréticas, aunque teorético él mismo, no es científico. Es decir, el ensayo no admite, por estructura, la demostración, en tanto que una demostración científica sólo puede desarrollarse en el ámbito de una esfera categorial. [...] La analogía —entendida como analogía entre diferentes esferas categoriales— es el procedimiento específico del ensayo y, casi diría, su procedimiento constitutivo. Diríamos que, cuando un escritor ha logrado acopiar varias analogías certeras, tiene ya la materia para un buen ensayo». [Gustavo Bueno, op. cit.,  pág. 111.].

De ahí que quienes no entiendan la naturaleza del ensayo filosófico tilden a Feijoo de simple polígrafo. Sin embargo, el propio benedictino era consciente de la importancia del ensayo filosófico como marco donde componer sus teorías:

«Debo no obstante satisfacer algunos reparos, que naturalmente harás leyendo este tomo. El primero es, que no van los Discursos distribuidos por determinadas clases, siguiendo la serie de las facultades, o materias a que pertenecen. A que respondo, que aunque al principio tuve este intento, luego descubrí imposible la ejecución; porque habiéndome propuesto tan vasto campo al Teatro Crítico, vi que muchos de los asuntos, que se han de tocar en él, son incomprehensibles debajo de facultad determinada, o porque no pertenecen a alguna, o porque participan igualmente de muchas. Fuera de esto hay muchos, de los cuales cada uno trata solitariamente de alguna facultad, sin que otro le haga consorcio en el asunto. [...] De suerte, que cada tomo, bien que en el designio de impugnar errores comunes uniforme, en cuanto a las materias, parecerá un riguroso misceláneo. El objeto formal será siempre uno. Los materiales precisamente han de ser muy diversos». [B. J. Feijoo, «Prólogo al lector», TCU, I, pág. LXXIX.]