En Lengua Española: clásicos y contemporáneos de las ciencias y las letras


La colaboración entre el Centro Riojano de Madrid y Nódulo Materialista comenzó en el año 2004. Posteriormente, en junio de 2008, ambas instituciones, firmaron un Convenio que contempla la organización continuada de actividades en el Centro Riojano.

Llegados a septiembre de 2011, y dada la voluntad de ambas instituciones de mantener esta actividad, iniciamos un nuevo ciclo: En Lengua Española: clásicos y contemporáneos de las ciencias y las letras. Tanto el Centro Riojano de Madrid como Nódulo Materialista desean que este proyecto permanezca en el tiempo, logrando el éxito que hasta ahora ha obtenido.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Artículo de José Manuel Rodríguez Pardo

La filosofía crítica del Padre Feijoo

El benedictino Fray Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764) autor del Teatro Crítico Universal (8 tomos, 1726-1739) y de las Cartas Eruditas y Curiosas (5 tomos, 1742-1760), fue sin duda el filósofo más destacado de la España del siglo XVIII. Sin embargo, es habitual escuchar que el Padre Feijoo vivió en una España en la que ni había Ilustración ni pensamiento racionalista, como señalan Miguel Artola o Paul Hazard. También para el uruguayo Arturo Ardao, que ha estudiado la obra del Padre Feijoo, el benedictino no llegó a conocer la Ilustración de modo directo.

Sin embargo, y sin olvidar que la teoría de la Ilustración es en el fondo un mito, pues las «Luces de la Razón» se refieren en realidad a la iluminación divina («La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo», dice el Evangelio de San Juan), estas afirmaciones chocan con la referencia que el benedictino realiza al considerado principal agitador del movimiento ilustrado, Voltaire, a quien incluso llega a considerar «escritor delicado» [Benito Jerónimo Feijoo, «Paralelo de Carlos XII, Rey de Suecia, con Alejandro Magno», Cartas Eruditas y Curiosas, Tomo I (1742), Carta 29ª], o  la crítica que Feijoo realiza al famoso discurso de Rousseau sobre las ciencias y las artes de 1751 [Benito Jerónimo Feijoo, «Impúgnase un temerario, que a la cuestión propuesta por la Academia de Dijón, con premio al que la resolviese con más acierto, si la ciencia conduce, o se opone a la práctica de la virtud; en una Disertación pretendió probar ser más favorable a la virtud la ignorancia que la ciencia», CEC, IV, 18ª]. Marcelino Menéndez Pelayo, en su Historia de los heterodoxos españoles, demuestra que las ideas de Feijoo ya estaban implantadas en España a raíz de los famosos novatores de finales del siglo XVII, y que el propio benedictino era defensor de ideas supuestamente «atrasadas», como la teoría escolástica sobre el alma de los animales, frente a los cartesianos o atomistas: Feijoo señaló que «los más de los hombres miran la constitución maquinal de los brutos como delirio» [B. J. Feijoo, «Guerras Filosóficas», Teatro Crítico Universal, Tomo II (1728), Discurso 1º, §. IX, 45.]

Así, Menéndez Pelayo señala al importante matemático Hugo de Omerique, quien publica en Cádiz en 1698 una obra sobre cálculo geométrico y aritmético, cuando la geometría analítica estaba en pañales, y que fue alabada ni más ni menos que por Newton. Asimismo, la Sociedad Regia de Medicina y demás ciencias fue fundada en 1697 para combatir el galenismo y propagar el método de observación [Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, Tomo V, Libro VI, Capítulo I, en Edición nacional de las Obras de Menéndez Pelayo. CSIC, Madrid 1940-74, Tomo V, Libro VI, Capítulo I, pág. 82.]. 

No hay que olvidar que es a partir de 1687 —año de publicación de los Principia Mathematica de Isaac Newton— cuando los novatores Francisco Palanco, Juan de Nájera, el Padre Tosca, Diego Mateo Zapata, y precedentes suyos como el citado Isaac Cardoso o Juan Caramuel, el Leibniz español, desarrollan una completa labor de introducción de novedades, en una época en la que España conoce una recuperación en todos los aspectos que será aprovechada posteriormente, durante la época de los Borbones.

Cuando se aborda la lectura de las obras de Feijoo, la primera característica de éstas, al menos en los ocho volúmenes de su Teatro Crítico Universal, es la de ser presentadas en forma de ensayos que tratan «de todo género de materias, para desengaño de errores comunes». De hecho, es un lugar común considerar a Feijoo como el fundador del ensayo filosófico en lengua española, o incluso el fundador de la filosofía en lengua española: «el benedictino gallego Benito Jerónimo Feijoo resulta ser, en el XVIII el fundador de la filosofía de lengua española, comprensiva de entonces en adelante, tanto de la filosofía española como de la filosofía hispanoamericana» [Arturo Ardao, Filosofía de lengua española. Alfa, Montevideo 1963, pág. 41].

Sin embargo, también es habitual afirmar que la Ilustración, y en consecuencia Feijoo, en contraposición a la filosofía escolar de otras épocas, es una suerte de eclecticismo o mezcla de empirismo y criticismo, algo que resulta contradictorio con la propiedad de fundador de la filosofía en nuestra lengua atribuida al benedictino. «Son los filósofos mismos los que se han jactado de ser eclécticos» [Paul Hazard, El pensamiento europeo en el siglo XVIII. Alianza, Madrid 1998, pág. 271].

Estos caracteres atribuidos al siglo XVIII en general y a Feijoo en particular resultan oscuros y confusos, alejados de la Filosofía y de su forma genuina, que no puede ser sino la sistemática. Podemos hablar del criticismo, sí, ¿pero cuáles son los parámetros de la crítica? Parecen ser los errores comunes, pero éstos ya eran criticados por la filosofía escolástica. La crítica feijoniana, por contra, tiene un sentido preciso: la criba, la clasificación de determinadas posturas enfrentadas entre sí. Por algo Gustavo Bueno ha señalado que Feijoo y su Teatro Crítico Universal se sitúa en la misma línea histórica que El Criticón de Baltasar Gracián y El Criterio  de Jaime Balmes [Ver Gustavo Bueno, «La filosofía crítica de Gracián», en Baltasar Gracián: ética, política y filosofía. Pentalfa, Oviedo 2002; págs. 137-168.]. El presunto eclecticismo de Feijoo se supone opuesto al sistematismo de la filosofía escolástica tradicional (Feijoo no sería siquiera un filósofo sensu stricto). Pero ecléctico es propiamente aquel que hace suyas diversas doctrinas, asimilando de ellas lo que le parece más importante, sin poseer una teoría propia. Y la tesis que vamos a defender aquí, frente a la del eclecticismo feijoniano y otras, es que Feijoo sí tenía doctrina.

Muchos de quienes han juzgado al benedictino y su obra, y que han avivado la tesis sobre esa característica ecléctica de los escritos feijonianos, lo hacían con la convicción, más o menos firme, de que no era propiamente un filósofo, sino un divulgador de doctrinas extranjeras en España, un polígrafo. Sin embargo, el ejercicio de Feijoo, alejado de estas disquisiciones gremiales, es el de la Filosofía Académica en lengua española, en el sentido que la entiende Gustavo Bueno, un auténtico hito que no puede pasar desapercibido. El propio Feijoo afirmaba disponer de sistema filosófico, inspirado en el escolástico:

«Yo estoy pronto a seguir cualquier nuevo sistema, como le halle establecido sobre buenos fundamentos, y desembarazado de graves dificultades. Pero en todos los que hasta ahora se han propuesto encuentro tales tropiezos, que tengo por mucho mejor prescindir de todo sistema Físico, creer a Aristóteles lo que funda bien, sea Física, o Metafísica, y abandonarle siempre que me lo persuadan la razón o la experiencia». [«Mérito, y fortuna de Aristóteles y de sus Escritos», TCU, IV, 7º, §. XIX, 71.]

Este fragmento señala la voluntad de sistema, aunque no sea simplemente la escolástica, del  Padre Feijoo. Hemos de explicar en consecuencia dónde reside ese sistematismo que convierte al  Padre Feijoo en el principal filósofo español del siglo XVIII, fundador del ensayo filosófico en lengua española y poseedor de una verdadera filosofía crítica, anterior a la filosofía crítica alemana de los siglos XVIII y XIX, y cuyas bases se encuentran en la criba, la clasificación de determinadas posturas enfrentadas entre sí.

Ese sistema reside en la forma de presentarse su obra, en los ensayos «en todo género de materias, para desengaño de errores comunes». Ahora bien, ¿qué es un ensayo? Para Gustavo Bueno, el ensayo es el producto lógico de dos clases relativamente independientes: la de los escritos en que se expone de forma discursiva una teoría, y la de los escritos redactados en el idioma nacional. Esto implica dos cuestiones fundamentales: la primera, la necesidad de una serie de nexos de semejanza y causalidad en los que introducir los fenómenos estudiados, es decir, la teoría desde la que se analizan los hechos; la segunda, el utilizar un lenguaje nacional, en este caso el español. Y es que

«En la forma, pues, que está hoy nuestra lengua, puede pasar sin los socorros de otra alguna. Y uno de los motivos que he tenido para escribir en Castellano esta Obra, en cuya prosecución apenas habrá género de literatura, o erudición que no se toque, fue mostrar, que para escribir en todas materias, basta por sí solo nuestro idioma sin los subsidios del ajeno; exceptuando empero algunas voces facultativas, cuyo empréstito es indispensable de unas Naciones a otras» (Benito Jerónimo Feijoo, «Paralelo de las Lenguas Castellana, y Francesa», TCU, I, 15º, §. V, 25.)

Y precisamente el español, un idioma que, ligado al desarrollo de un imperio, era suficientemente potente en el siglo XVIII para que Feijoo fuera un autor de éxito en España y América, sin contar las traducciones al francés, italiano y otras lenguas europeas. No conviene olvidar que Feijoo fue muy influyente en la independencia hispanoamericana al valorar en nivel de igualdad a los criollos, los «españoles americanos», con los «españoles europeos», en su famoso discurso homónimo, «Españoles Americanos» [Teatro Crítico Universal, Tomo IV (1730), Discurso 6º]. Se cifran en 420.000 los volúmenes de sus obras impresas y en circulación durante su vida. De hecho, en el siglo XVIII, al igual que sucede en lo que después será Alemania con Cristian Wolff y en otros lugares de Europa, la filosofía se expresa ya no en el latín escolástico, lengua de una clase culta alejada de las clases populares, sino en la lengua nacional. En los ensayos filosóficos en lengua española del Padre Feijoo, en el caso de España.

El ensayo filosófico, al estar redactado en un idioma nacional usa la semántica y la sintaxis de este idioma en la época determinada de su desarrollo histórico. De este modo, al usar la lengua común, Feijoo se dirige al vulgo, entendido como categoría de la ontología humana: «El vulgo es el pueblo, ese pueblo a quien Feijoo dedica su primer Discurso, no el pueblo infalible de los románticos, ni menos el “pueblo necio” a quien hay que halagar; sino más bien el hombre en tanto que necesita opinar sobre cuestiones comunes que, al propio tiempo, nos son más o menos ajenas: el hombre enajenado, por respecto a asuntos que, no obstante, tiene que conocer» [Gustavo Bueno, «Sobre el concepto de “ensayo”», en «Simposio sobre el Padre Feijoo y su siglo celebrado en la Universidad de Oviedo del 28 de septiembre al 5 de octubre de 1964». Cuadernos de la Cátedra Feijoo, 18 (I) (1966), pág. 102].

Estas temáticas, que aparecen bajo el rótulo de «discursos varios en todo género de materias, para desengaño de errores comunes», tal y como se muestra en el título del Teatro Crítico Universal, señalan su característica filosófica, es decir, ligada a la tradición de la filosofía académica, y que no pueden ser contenidas en ninguna categoría concreta, sino resueltas analizando las Ideas filosóficas que implican. De este modo, es normal que el propio Feijoo afirme que «No niego que hay verdades que deben ocultarse al vulgo, cuya flaqueza más peligra tal vez en la noticia que en la ignorancia; pero ésas ni en latín deben salir al público, pues harto vulgo hay entre los que entienden este idioma; fácilmente pasan de éstos a los que no saben más que el castellano» [B. J. Feijoo «Prólogo al lector», TCU, Tomo I (1726), pág. LXXX]. Vulgo será todo aquel que no pertenezca al ámbito de la filosofía académica.

Y son estas cuestiones, en las que nadie puede reclamar la autoridad de experto, pues todos son, de una forma u otra, vulgo, aquellas que forman la base y el material a tratar en el ensayo filosófico: «Precisamente el ensayo constituye uno de los lugares óptimos en los que tiene lugar la ósmosis entre el lenguaje nacional y el lenguaje científico, o técnico. El ensayo puede intentar el uso de tecnicismos, a condición de incorporarlos al lenguaje cotidiano» [Gustavo Bueno, op. cit., pág. 103.]. Para decirlo más claramente: es en el ensayo donde se produce no sólo la incorporación del vocabulario académico al lenguaje común, sino donde las diferentes teorías (sociológicas, científicas, míticas, &c.), encuentran una intersección.

Es decir, la lengua nacional será desde entonces el vehículo de expresión de la Filosofía y el análisis de esas Ideas filosóficas que están intersecadas en los distintos campos categoriales, y que por no ser materia de ningún especialista, nadie puede reclamarlas para uso exclusivo suyo. El ensayo filosófico no admitirá demostración (convictio), aunque ello no implica que no pueda ser una forma de conocimiento (cognitio):

«El ensayo, en tanto que es interferencia de diversas categorías teoréticas, aunque teorético él mismo, no es científico. Es decir, el ensayo no admite, por estructura, la demostración, en tanto que una demostración científica sólo puede desarrollarse en el ámbito de una esfera categorial. [...] La analogía —entendida como analogía entre diferentes esferas categoriales— es el procedimiento específico del ensayo y, casi diría, su procedimiento constitutivo. Diríamos que, cuando un escritor ha logrado acopiar varias analogías certeras, tiene ya la materia para un buen ensayo». [Gustavo Bueno, op. cit.,  pág. 111.].

De ahí que quienes no entiendan la naturaleza del ensayo filosófico tilden a Feijoo de simple polígrafo. Sin embargo, el propio benedictino era consciente de la importancia del ensayo filosófico como marco donde componer sus teorías:

«Debo no obstante satisfacer algunos reparos, que naturalmente harás leyendo este tomo. El primero es, que no van los Discursos distribuidos por determinadas clases, siguiendo la serie de las facultades, o materias a que pertenecen. A que respondo, que aunque al principio tuve este intento, luego descubrí imposible la ejecución; porque habiéndome propuesto tan vasto campo al Teatro Crítico, vi que muchos de los asuntos, que se han de tocar en él, son incomprehensibles debajo de facultad determinada, o porque no pertenecen a alguna, o porque participan igualmente de muchas. Fuera de esto hay muchos, de los cuales cada uno trata solitariamente de alguna facultad, sin que otro le haga consorcio en el asunto. [...] De suerte, que cada tomo, bien que en el designio de impugnar errores comunes uniforme, en cuanto a las materias, parecerá un riguroso misceláneo. El objeto formal será siempre uno. Los materiales precisamente han de ser muy diversos». [B. J. Feijoo, «Prólogo al lector», TCU, I, pág. LXXIX.]

No hay comentarios:

Publicar un comentario